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miércoles, 6 de abril de 2011

Absolutely Sweet Marie [Blonde on Blonde]




El éxtasis de la influencia:

Un plagio

Por Jonathan Lethem

Toda la humanidad es de un autor, y está en un tomo; cuando un hombre muere, un capítulo no es arrancado del libro, sino que es traducido a un mejor lenguaje; y cada capítulo debe ser traducido…

-John Donne

Amor y robo

Consideren este relato: un hombre culto de mediana edad rememora la historia de un amour fou, que empezó cuando, viajando en el extranjero, rentó un cuarto. En el momento en que ve a la hija de la casa, está perdido. Ella es una impúber, cuyos encantos instantáneamente lo esclavizan. Desatento a su edad, intima con ella. Al final muere, y el narrador- marcado por ella para siempre- permanece solo. El nombre de la chica proporciona el título de la historia: Lolita.

El autor de la historia que he descrito, Heinz von Lichberg, publicó su relato de Lolita en 1916, cuarenta años antes de la novela de Vladimir Nabokov. Lichberg luego se convirtió en un prominente periodista en la era Nazi, y sus trabajos de juventud desaparecieron de la vista. ¿Adoptó Nabokov, quien permaneció en Berlin hasta 1937, el relato de Lichberg conscientemente? O ¿permaneció oculto para Nabokov, no reconocido en su memoria? La historia de la literatura no está exenta de ejemplos de este fenómeno, llamado criptomnesia. Otra hipótesis es que Nabokov, conociendo perfectamente bien el relato de Lichberg, utilizó el arte de la cita que Thomas Mann, un maestro de ella, llamó ‘‘plagio elevado’’. La literatura ha sido siempre un crisol en donde los temas familiares son continuamente refundidos. Muy poco de lo que admiramos de la Lolita de Nabokov lo encontramos en la de su predecesor; el precedente es de ninguna manera deducible del último. Sin embargo: ¿Nabokov conscientemente tomó prestado y citó?

‘‘Cuando vives fuera de la ley, tienes que eliminar la deshonestidad. ’’ La frase proviene de un filme noir de Don Siegel de 1958, The Lineup, escrito por Stirling Silliphant. El filme aún es frecuentado en casas revival, probablemente gracias a la ardiente representación de Eli Wallach de un sicario sociopático, y a la larga y robusta carrera autoral de Siegel. Sin embargo, ¿Qué valor tienen esas palabras- para Siegel, o Silliphant, o para su audiencia- en 1958? Y de nuevo: ¿Qué valor tenía la frase cuando Bob Dylan la escuchó (presumiblemente en algún repertorio de un teatro del Greenwich Village), la depuró un poco, y la insertó en ‘‘Absolutely Sweet Marie’’? ¿A la larga, qué valor tiene ahora para la cultura?

La apropiación ha jugado siempre un rol clave en la música de Dylan. El compositor ha acaparado no sólo de la panoplia de filmes vintage de Hollywood sino también de Shakespeare y de F. Scott Fitzgerald y de Confessions of a Yakuza de Junichi Saga. Él también atrapó el título del estudio de juglaría de Eric Lott para su álbum de 2001 Love and Theft. Uno se imagina que a Dylan le gustó la resonancia general del título, en el cual las faltas emocionales acosan la dulzura del amor, como a menudo lo hacen en las canciones de Dylan. El título de Lott es, por supuesto, en sí mismo un riff en la obra de Leslie Fiedler Amor y muerte en la novela americana, que famosamente identifica el motivo literario de la interdependencia del hombre blanco y el negro, como Huck y Jim o Ishmael y Queequeg- una serie de referencias anidadas en la apropiación de Dylan, él mismo un chico-juglar. El arte de Dylan ofrece una paradoja: mientras él notoriamente nos urge a que no miremos atrás, también codifica un conocimiento de fuentes pasadas que probablemente de otra manera tendrían poca acogida en la cultura contemporánea, como la poesía de la Guerra Civil del bardo Confederado Henry Timrod, resucitado en las liricas del más reciente álbum de Dylan, Modern Times. La originalidad de Dylan y sus apropiaciones son una sola.

Lo mismo se podría decir de todo arte. Me di cuenta de esto, forzosamente, un día cuando fui a buscar el pasaje de John Donne citado arriba. Yo conocía la frase, lo confieso, no de un curso universitario sino de la versión de 1984 de la película, Charing Cross Road con Anthony Hopkins y Anne Bancroft. Revisé la versión del 84, Charing Cross Road, de la biblioteca con la esperanza de encontrar el pasaje de Donne, pero no estaba en el libro. Es aludida en la obra que fue adaptada del libro, pero no se reimprimió. Entonces alquilé la película de nuevo, y ahí estaba el pasaje, leído en voz en off por Anthony Hopkins pero sin ninguna atribución. Desafortunadamente, la frase estaba abreviada tal que, cuando finalmente me dirigí a la red, me encontré buscando la frase ‘‘toda la humanidad es de un tomo’’ en lugar de ‘‘toda la humanidad es de un autor, y está en un tomo. ’’

Mi búsqueda en internet, inicialmente, no fue más exitosa que mi búsqueda en la biblioteca. Pensé que citando libros del vasto océano era cuestión de unas pocas tecleadas, pero cuando visité la página de la biblioteca de Yale, encontré que la mayoría de los libros no existían en texto digital. Como un último esfuerzo busqué la aparentemente más sombría frase ‘‘cada capítulo debe ser traducido. ’’ El pasaje que quería finalmente apareció, no como parte de la colección bibliotecaria sino simplemente porque alguien que adoraba a Donne lo había posteado en su página. La frase que busqué era de Meditation 17 en Devotions Upon Emergent Occasions, que resulta que es lo más famoso que Donne escribió, conteniendo la frase ‘‘Nunca preguntes por quién doblan las campanas; ellas doblan por ti. ’’ Mi búsqueda me había llevado de una película un libro a una obra a una página de internet y de nuevo a un libro. Entonces de nuevo, esas palabras eran tan famosas sólo porque Hemingway las tomó para el título de su libro.

La literatura ha estado en una condición plagiada y fragmentaria por largo tiempo. Cuando yo tenía trece años compré una antología de escritura Beat. Inmediatamente, y para mi gran emoción, descubrí un extracto de William S. Burroughs, autor de algo llamado The Naked Lunch, fuente de toda su fulgurante brillantez. Burroughs era entonces lo más radical que el mundo literario podía ofrecer. Nada, en toda mi experiencia literaria desde entonces, ha tenido un efecto tan fuerte en mi noción de las posibilidades puras de la escritura. Después, intentando entender este impacto, descubrí que Burroughs había incorporado fragmentos de los textos de otros escritores en su trabajo, una acción que sabía que mis profesores habrían llamado plagio. Algunos de esos préstamos habían sido sacados de la ciencia-ficción Norteamericana de los años cuarenta y cincuenta, adicionándole un segundo impacto de reconocimiento para mí. Para entonces, yo sabía que este ‘‘método de Cut-up’’, como Burroughs lo llamó, era central para lo que sea que él pensaba que estaba haciendo, y que él literalmente creía semejante a la magia. Cuando escribió acerca de su proceso, se me erizaron los pelos, así de palpable era mi emoción. Burroughs estaba interrogando el universo con unas tijeras y un pote de pegante, y el menos imitativo de los autores no era un plagiario en absoluto.




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