En primer lugar, tenemos a Lupe, una pulga muy
guapa. Y de buena familia. Una familia cuyo apellido se ha embadurnado,
recientemente, de una pátina de respetabilidad (eufemismo para disimular que
están forrados, muy probablemente, de forma ilícita. Ustedes saben: ‘‘es que mi
tío tiene una empresa de import & export. ’’ WTF???).
Bueno, el caso es que, gracias a esto, Lupe fue
una de esas pulgas que gozan de excesiva popularidad durante su adolescencia
(cuando digo popular quiero decir que todo el mundo le conocía. Tanto las
pulgas hembras como las pulgas machos se hacían pajas en su nombre. Digamos que
podría ser la porrista rubia que sale con el Quarterback en el típico tostón
gringo de humor adolescente). Lupe, cuyos pretendientes se extendían en un amplísimo
rango que iba desde garrapatas deportistas a chinches artistas, decidió casarse
con el socio de su tío. Una pulga vieja y gorda con mucho bling bling. Un
psicoanalista, simplificándolo todo, diría que el problema de Lupe es que tenía
‘‘Daddy Issues’’. No lo sé, lo cierto es que aquella unión no terminó bien. Y
el tiempo pasó y todos sabemos lo cruel que puede ser. Especialmente, si has
apostado todas tus fichas en algo tan perecedero como tu apariencia. Sin
embargo, Lupe aún conserva sus implantes (¿biopolimeros?) y su extraordinario
guardarropa (Prêt à porte de lujo, Haute couture y zapatos de piel de
cocodrilo) porque no podemos olvidar que Lupe es, ante todo, una fashion victim,
un modelo ideal de consumidora que siente a flor de piel cada pellizco
publicitario como si se le manifestara una dermatitis después de cada comercial
televisivo que promociona ropa o perfumes. ¡Pobrecita la pulguita! El diseño de
los espacios interiores de su casa en una estética muy Feng shui. Espacios que,
a pesar de la armonía oriental tan en
boga, rezuman patetismo y soledad a partes iguales.
Por otra parte, tenemos a Paco, un piojo halterófilo,
aunque no siempre fue así. Solía ser un piojito pálido y escuálido sin mucha
gracia. Nada brillante. No era nerd ni atleta ni mucho menos popular. Fue un
piojo que lo probó todo: El ajedrez, la fotografía, los dreadlocks, el yoga, el
yagé y los rezos a la Pacha. Intentó aprender a tocar guitarra y unirse a una
tribu de jebis, tribu que después abandonó cuando le dieron ganas de dejarse crecer
la cresta. Luego, abandonó el jabón azul por el gel, la corbata y el gimnasio. Fue allí donde, Paco,
se encontró a gusto, se hinchó, se hinchó y se hinchó más. Paco, ahora frecuenta
las viejotecas buscando catanas arrechas aderezadas de repello.
Algún día la pulga y el piojo se van a
encontrar.
POST SCRIPTUM: Aclaro que escribí esto porque la porrista rubia no me lo dio, y además mi psicoanalista me recomendó este ejercicio como curación catártica. (Creo que no es necesario aclarar que yo soy Paco)