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viernes, 9 de septiembre de 2011

¿Por qué nos odian? ( Y vos dónde estabas ese día)




¿Por qué nos odian?

Recuerdo que ese día iba tarde a clase, bastante tarde. Al pasar por la cafetería azul de ingenierías vi el tumulto. Una atmósfera de expectación y júbilo se sentía en el ambiente, un aire de satisfacción. Todos miraban la tele. Escuché arengas y consignas anti-imperialistas (que por otro lado, eran un tanto extrañas por esos lares pues por aquella época ya se venía sintiendo el cambio, un giro ideológico que se haría más evidente a partir de aquel día. La universidad pública venía, paulatinamente, privilegiando el acceso de estudiantes que provenían de la clase media y media alta por encima de los que venían de la clase popular y eso, de alguna manera, menoscababa el discurso anquilosado que llevaba décadas haciendo parte de las reivindicaciones estudiantiles. Los primíparos ya no eran los mismos, ahora eran chicos bilingües que tenían carnet de conducción y chicas que vestían ropa importada, sus padres no eran obreros sino, en la mayoría de los casos, profesionales. La mayor parte eran egresados de colegios privados).
Los noticieros en ese momento ya hablaban de atentado terrorista. Usando una terminología que se haría común y cotidiana, un discurso que nos arroparía de ahora en adelante excusando las acciones oficiales como ‘‘combate al terror’’ o ‘‘guerra contra el terrorismo’’. Se nos vino encima la hermana gemela de la ‘‘guerra contra las drogas’’, Burroughs siempre fue un profeta.
Las imágenes de la tele eran chocantes pero debo admitir que también sentí cierto gozo y que, de alguna manera, estaba justificado. Los Estados Unidos venía desde hacia muchísimo tiempo ganándose el odio del resto del mundo y, en cierto modo, se lo merecían. No puedes joder y joder y, aún así, esperar simpatía de los jodidos. Lo cierto es, que no atiné a intuir qué era lo que se avecinaba, creo que sólo lo hicieron los neocons y los señores de América First. Después de ese día tuvieron el camino libre y el pueblo norteamericano compró lo que le mostraron en el escaparate.
Tengo muy buenos recuerdos de ese semestre. Karina y yo nos veíamos regularmente, nunca estuve tan embobado. Por esa época ya había comenzado mi coqueteo con la coca y las anfetas y, así y todo, obtuve mis mejores notas a pesar de mi falta de seriedad y compromiso. Complementé mis clases de cálculo con una materia que me marcaría. Una electiva llamada: Estética de las vanguardias. La daba una profesora de Europa oriental, su acento era de lo más peculiar, pero esa señora de pinta estrafalaria y cabellos alborotados hizo que recordara cuánto me gustaba el arte. Le dio aliento de nuevo a una llama que parecía apagada, y que sólo vería encendida un par de semestres después con la muerte de mi madre.
La nostalgia puede ser una gran experiencia estética, un gran leitmotiv. De hecho, en literatura las más grandes construcciones (la de Proust, por ejemplo) se han hecho con el amparo y la conducción de un espíritu azorado por la nostalgia. La saudade, que llaman nuestros hermanos de habla portuguesa. Ese dolor de la memoria, ese dolor de lo que fue y de lo que no fue. Nostalgia es lo que siento por aquellos años, quizás sólo me estoy haciendo viejo. 
Recuerdo que algún tiempo después vi en un documental a un chico gringo que le preguntaba a su padre: ¿Por qué nos odian? Y su viejo, un tanto atónito, no atinaba a responder. Es curioso, que la sociedad norteamericana no advirtiera la imagen que se había ganado en el extranjero. Sólo basta que llames ‘‘gringo’’ a algún europeo y ya verás cómo es el estado de las cosas. Su enojo será abismal.
Ellos (los norteamericanos) tienen esta falsa idea de superioridad porque esparcen la democracia a punta de bayoneta. Los ciudadanos del imperio se comen el cuento de que son los defensores de ‘‘La Libertad’’. Cuando todo lo que hacen es expropiar recursos y asegurar nuevos mercados, asegurar nuevos consumidores de Coca-cola, de Marlboro y de General Motors. No hay nada peor que el Mal que se hace justificándose, vendiéndose como un Bien. El capitalismo en su fase más siniestra tiene esta facilidad. Y además, las ideas de Francis Fukuyama se prestaron en ese momento para ello, era el fin de la ideología y el enemigo eran los nuevos idealistas de un nuevo mundo es posible.
No es un titular de tinte dramático, ese día sí cambió el mundo. La pregunta es: ¿podremos cambiarlo de nuevo?


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