¿Por
qué nos odian?
Recuerdo que ese día iba tarde a clase, bastante tarde. Al
pasar por la cafetería azul de ingenierías vi el tumulto. Una atmósfera de
expectación y júbilo se sentía en el ambiente, un aire de satisfacción. Todos
miraban la tele. Escuché arengas y consignas anti-imperialistas (que por otro
lado, eran un tanto extrañas por esos lares pues por aquella época ya se venía
sintiendo el cambio, un giro ideológico que se haría más evidente a partir de aquel
día. La universidad pública venía, paulatinamente, privilegiando el acceso de estudiantes
que provenían de la clase media y media alta por encima de los que venían de la
clase popular y eso, de alguna manera, menoscababa el discurso anquilosado que
llevaba décadas haciendo parte de las reivindicaciones estudiantiles. Los primíparos
ya no eran los mismos, ahora eran chicos bilingües que tenían carnet de
conducción y chicas que vestían ropa importada, sus padres no eran obreros sino,
en la mayoría de los casos, profesionales. La mayor parte eran egresados de
colegios privados).
Los noticieros en ese momento ya hablaban de
atentado terrorista. Usando una terminología que se haría común y cotidiana, un
discurso que nos arroparía de ahora en adelante excusando las acciones oficiales
como ‘‘combate al terror’’ o ‘‘guerra contra el terrorismo’’. Se nos vino encima la
hermana gemela de la ‘‘guerra contra las drogas’’, Burroughs siempre fue un profeta.
Las imágenes de la tele eran chocantes pero debo
admitir que también sentí cierto gozo y que, de alguna manera, estaba
justificado. Los Estados Unidos venía desde hacia muchísimo tiempo ganándose el
odio del resto del mundo y, en cierto modo, se lo merecían. No puedes joder y
joder y, aún así, esperar simpatía de los jodidos. Lo cierto es, que no atiné a
intuir qué era lo que se avecinaba, creo que sólo lo hicieron los neocons y los
señores de América First. Después de ese día tuvieron el camino libre y el
pueblo norteamericano compró lo que le mostraron en el escaparate.
Tengo muy buenos recuerdos de ese semestre. Karina
y yo nos veíamos regularmente, nunca estuve tan embobado. Por esa época ya había
comenzado mi coqueteo con la coca y las anfetas y, así y todo, obtuve mis
mejores notas a pesar de mi falta de seriedad y compromiso. Complementé mis
clases de cálculo con una materia que me marcaría. Una electiva llamada: Estética
de las vanguardias. La daba una profesora de Europa oriental, su acento era de
lo más peculiar, pero esa señora de pinta estrafalaria y cabellos alborotados
hizo que recordara cuánto me gustaba el arte. Le dio aliento de nuevo a una
llama que parecía apagada, y que sólo vería encendida un par de semestres
después con la muerte de mi madre.
La nostalgia puede ser una gran experiencia
estética, un gran leitmotiv. De hecho, en literatura las más grandes
construcciones (la de Proust, por ejemplo) se han hecho con el amparo y la
conducción de un espíritu azorado por la nostalgia. La saudade, que llaman nuestros
hermanos de habla portuguesa. Ese dolor de la memoria, ese dolor de lo que fue
y de lo que no fue. Nostalgia es lo que siento por aquellos años, quizás sólo
me estoy haciendo viejo.
Recuerdo que algún tiempo después vi en un
documental a un chico gringo que le preguntaba a su padre: ¿Por qué nos odian? Y
su viejo, un tanto atónito, no atinaba a responder. Es curioso, que la sociedad
norteamericana no advirtiera la imagen que se había ganado en el extranjero.
Sólo basta que llames ‘‘gringo’’ a algún europeo y ya verás cómo es el estado
de las cosas. Su enojo será abismal.
Ellos (los norteamericanos) tienen esta falsa idea de superioridad
porque esparcen la democracia a punta de bayoneta. Los ciudadanos del imperio
se comen el cuento de que son los defensores de ‘‘La Libertad’’. Cuando todo lo
que hacen es expropiar recursos y asegurar nuevos mercados, asegurar nuevos
consumidores de Coca-cola, de Marlboro y de General Motors. No hay nada peor
que el Mal que se hace justificándose, vendiéndose como un Bien. El capitalismo
en su fase más siniestra tiene esta facilidad. Y además, las ideas de Francis
Fukuyama se prestaron en ese momento para ello, era el fin de la ideología y el
enemigo eran los nuevos idealistas de un
nuevo mundo es posible.
No es un titular de tinte dramático, ese día sí cambió
el mundo. La pregunta es: ¿podremos cambiarlo de nuevo?
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