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martes, 15 de febrero de 2011

Tríptico al cubo...


I



Scherezada

Está enamorada del asesino que la obliga noche tras noche a exprimir su memoria de la ancestral leyenda multiforme y extensa para salvar por un momento su indefensa vida Y mientras cuenta y cuenta Scherezada el Califa la besa y acaricia lujurioso y ella tiene que seguir entreteniéndolo contando porque el verdugo espera en cada madrugada Está a merced de quien la oye emocionado pero no levanta la sentencia a muerte El artista tiene siempre un mortal enemigo que lo extenúa en su trabajo interminable y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo.


Lola Jattin

Más allá de la noche que titila en la infancia Más allá incluso de mi primer recuerdo Está Lola - mi madre - frente a un escaparate empolvándose el rostro y arreglándose el pelo Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte y está enamorada de Joaquín Pablo - mi viejo - No sabe que en su vientre me oculto para cuando necesite su fuerte vida la fuerza de la mía Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara de su dolor inmenso como una puñalada está Lola - la muerta - aún vibrante y viva sentada en un balcón mirando los luceros cuando la brisa de la ciénaga le desarregla y el pelo y ella se lo vuelve a peinar con algo de pereza y placer concertados Más allá de este instante que pasó y que no vuelve estoy oculto yo en el fluir de un tiempo que me lleva muy lejos y que ahora presiento Más allá de este verso que me mata en secreto está la vejez - la muerte - el tiempo inacabable cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío sean sólo un recuerdo solo: este verso

Ni siquiera una dulce noche

Aquel amor de fiebre y de tormento Aquel estar pendiente de la luna entre los cocoteros Por si ella me traía presagios de tu cuerpo Pero en vano Pero estaba demasiado enfermo para soportar la intimidad de tus caricias No hubieras conocido en mí sino el temblor de un poeta y de su muerte Aquel temor de mirarnos a los ojos no era vano Estabas revestido de otro mundo Estabas lejos Sobre todo cuando yo te amaba Cuando era de ti como la nube en el reflejo del agua Dentro pero lejos Dentro en el vientre de una realidad inventada y fugaz Eras íntegramente bello porque no toqué tu cuerpo aunque tú lo querías y yo también Pero antes de mi deseo estaba mi futuro Estabas tú antes que mi deseo de ti antes que el deseo estaba el amor Antes que el amor estaba toda la vida y su maldad Aquel amor que no tuvo una noche Ni siquiera una dulce noche amor mío


II
La casada infiel

A Lydia Cabrera y a su negrita

Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua
me sonaba en el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.


Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quité la corbata.
Ella se quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.


Me porté como quién soy.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.


Romance de la pena negra

A José Navarro Pardo

Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.

Soledad, ¿por quién preguntas
sin compañia y a estas horas?

Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.

Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.

No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.

¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.

¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!

Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!


ROMANCE DE LA GUARDIA
CIVIL ESPAÑOLA
A Juan Guerrero
Cónsul general de la Poesía

Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.

¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche,
noche que noche nochera.

La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa,
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
En las esquinas, banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar,
sin peines para sus crenchas.

Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo se les antoja
una vitrina de espuelas.

La ciudad, libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.

Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de monedas.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras.

En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas.
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.

III




MUJERES

Me gustan los colores de sus ropas, su manera de andar, la crueldad de algunos rostros, de vez en cuando la belleza casi pura de una cara total y encantadoramente femenina. Están por encima de nosotros, planean mejor y se organizan mejor. Mientras los hombres ven televisión toman cervezas y juegan al béisbol, ellas, las mujeres, piensan en nosotros, concentrándose, estudiando, decidiendo, si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos, matarnos o simplemente abandonarnos. Al final no importa, ya que hicieran lo que hicieran acabamos locos y solos.







NI LO PIENSES

Ahora, escúchame, cuando muera no quiero ningún llanto, sólo hagan un entierro decente. He tenido una vida plena, y si alguien tuvo un filo, fui yo. Viví 7 ú 8 vidas en una, suficiente para cualquiera. Todos somos, finalmente lo mismo, así que sin discursos, por favor, a menos que quieras decir jugaba a los caballos y era muy bueno en eso. Vos sos el próximo y quizás yo ya sepa algo que vos todavía no sabes.






Los Extraños

Puede que no lo crean pero hay gente que va por la vida con muy poca fricción o angustia. Visten bien, comen bien, duermen bien. Están contentos con su vida familiar. Tienen momentos de congoja pero dentro de todo permanecen imperturbables y a menudo se sienten muy bien. Y cuando mueren es una muerte tranquila, usualmente mientras duermen. Puede que no lo crean pero gente así existe. Pero yo no soy uno de ellos. oh no, no soy uno de ellos, no estoy ni tantito cerca de ser uno de ellos. Pero ellos están ahí Y yo estoy aquí.

































































































































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