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martes, 22 de febrero de 2011

¡Un hombre de verdad!



Un hombre de verdad

Jorge yacía, boca arriba, en su tráiler, mirando una pequeña TV portátil. Sus platos de la cena estaban sin lavar, los platos del desayuno estaban sin lavar, necesitaba una afeitada y ceniza de cigarros, liados por él mismo, caía sobre su camiseta. Algunas cenizas ardían todavía. Algunas veces, esas cenizas ardiendo se perdían bajo su camiseta y le quemaban la piel, entonces maldecía, aventándolas lejos. Se escuchó un golpe en la puerta del tráiler. Se puso, lentamente, sobre sus pies y abrió la puerta. Era Constanza. Tenía una botella sin abrir de whisky en una bolsa.

- Jorge, dejé a ese hijo de puta, no podía soportar más a ese hijo de puta.

- Siéntate

Jorge abrió la botella, agarró dos vasos, y llenó cada uno con una tercera parte de whisky y dos terceras partes de agua. Se sentó en la cama con Constanza. Ella sacó un cigarrillo de su bolso y lo encendió. Estaba borracha y sus manos temblaban.

- Tomé su maldito dinero también. Tomé su maldito dinero y me largué mientras estaba en el trabajo. No sabes cómo he sufrido con ese hijo de puta.

- Dame un plon, dijo Jorge. Ella se lo extendió y mientras se inclinaba, Jorge puso su brazo alrededor de ella, la acostó y la besó.

- Tú, hijo de puta, dijo ella, te extrañé.

- Yo extrañé esas buenas piernas tuyas, Connie. De verás extrañé esas buenas piernas.

- ¿Aún te gustan?

- Me excito de sólo de mirarlas.

- Nunca pude hacerlo con un universitario, dijo Connie. Ellos son muy blandos, no tienen carácter. Y él mantiene su casa impecable. Lo hacía todo. El lugar estaba inmaculado. Podías comerte un estofado de ternera justo en el cagadero. Él era antiséptico, eso es lo que era.

- Bebe, te sentirás mejor.

- Y no podía hacer el amor.

- ¿Quieres decir que él no podía hacértelo?

- Oh, no, él lo hacía, lo hacía todo el tiempo. Pero no sabía cómo hacer feliz a una mujer, tú sabes. No sabía cómo hacerlo. Todo ese dinero, toda esa educación, era un inservible.

- Yo hubiera querido tener una educación universitaria.

- No la necesitas. Tienes todo lo que necesitas, Jorge.

- Sólo soy un vago. Todos esos trabajos de mierda.

- Te digo que tienes todo lo que necesitas, Jorge. Tú sabes cómo hacer feliz a una mujer.

- ¿En serio?

- Sí, ¿y sabes qué más? ¡Su madre venía a visitarnos! ¡Su madre! Dos o tres veces por semana. Y ella se sentaba allí mirándome, pretendiendo que yo le gustaba pero todo el tiempo me trataba como a una puta. Como si yo fuera una gran mala puta robándole a su hijo de su lado. ¡Su precioso Wallace! ¡Cristo! ¡Qué lío! Él aseguraba que me amaba. Y yo le decía: ‘‘¡Mira mi coño Walter!’’. Él ni siquiera lo miraba. Decía: ‘‘No quiero mirar esa cosa’’ ¡Esa cosa! Así era como la llamaba. ¿Tú no le tienes miedo a mi coño, cierto, Jorge?

- Nunca me ha mordido.

- ¿Pero tú sí lo has mordido, lo has mordisqueado, cierto Jorge?

- Supongo que lo he hecho.

- ¿Y lo has lamido, lo has chupado?

- Supongo que sí.

- Lo sabes muy bien, Jorge, que lo has hecho.

- ¿Cuánto dinero conseguiste?

- Seiscientos dólares.

- No me gusta la gente que roba, Connie.

- Por eso es que eres un maldito lavaplatos. Eres honesto. Pero él es un idiota, Jorge. Y él puede gastar el dinero, y yo me lo he ganado… Él y su madre y su amor, su amorosa madre, sus pequeños tazones limpios y sus toallas y sus bolsas de basura y sus aromatizantes para el aliento y sus lociones para después de la afeitada y sus preciosos consoladores ¡Todo para él, entiendes, todo para él! Tú sabes lo que quiere una mujer, Jorge.

- Gracias por el whisky, Connie. Déjame enrollar otro cigarrillo.

Jorge llenó los vasos de nuevo.

- Extrañé tus piernas, Connie. De verás las extrañé. Me gusta la manera en que usas esos tacones altos. Me vuelven loco. Esas mujeres modernas no saben lo que se pierden. Los tacones altos moldean las pantorrillas, las piernas, el culo; le ponen ritmo al andar. De verdad me excitan.

- Hablas como un poeta, Jorge. A veces hablas así. Eres un demonio de lavaplatos.

- ¿Sabes que es lo que de verdad me gustaría hacer?

- ¿Qué?

- Me gustaría azotarte en las piernas, el culo, los muslos. Me gustaría hacerte estremecer y llorar, y cuando estés estremeciéndote y llorando, arrojarte sobre mi amor.

- Yo no quiero eso, Jorge. Nunca me habías hablado así. Siempre has sido decente conmigo.

- Levántate el vestido.

- ¿Qué?

- Levántate el vestido, quiero ver más de tus piernas.

- ¿Te gustan mis piernas, verdad, Jorge?

- Deja que la luz brille sobre ellas.

Constanza se levantó el vestido.

- ¡Puta madre! - exclamó Jorge

- ¿Te gustan mis piernas?

- ¡Las amo! Entonces Jorge la alcanzó en la cama y la abofeteó fuerte en la cara. El cigarro de Constanza voló de su boca.

- ¿Por qué hiciste eso?

- ¡Lo hiciste con Walter! ¡Lo hiciste con Walter!

- ¿y eso qué?

- Levántate el vestido, más arriba.

- ¡No!

- Haz lo que te digo

Jorge la abofeteó de nuevo, más fuerte. Constanza se levantó la falda.

- ¡Sólo hasta el bode de las tangas! –gritó Jorge- ¡No quiero ver completamente las tangas!

- ¡Cristo!, Jorge, ¿Qué demonios te pasa?

- ¡Tu jodido Walter!

- Jorge, lo juro, te estás volviendo loco. Me quiero ir. Déjame salir de aquí, Jorge.

- ¡No te muevas o te mataré!

- ¿Me matarás?

- ¡Lo juro!

Jorge se levantó, se sirvió un trago de whisky puro, lo bebió y se sentó al lado de Constanza. Tomó el cigarrillo y lo sostuvo contra su muñeca. Ella gritó. Él lo sostuvo allí, firmemente, y luego lo retiró.

- ¿Yo soy un hombre, cariño, entiendes eso?

- Yo sé que eres un hombre, Jorge.

- Mira, mira mis músculos -Jorge se levantó y flexionó ambos brazos- ¿Hermosos, cierto, cariño? ¡Mira este músculo! ¡Siéntelo! ¡Siéntelo!

Constanza palpó uno de los brazos, luego el otro.

- Sí, tienes un cuerpo precioso, Jorge.

- Soy un hombre. Soy un lavaplatos pero soy un hombre, un hombre de verdad.

- Yo lo sé, Jorge.

- Yo no soy el cobarde que dejaste.

- Lo sé.

- Y puedo cantar también. Deberías oír mi voz.

Constanza se sentó allí. Jorge empezó a cantar. Cantó: ‘‘Old man River’’, luego cantó: ‘‘Nobody knows the trouble I’ve seen’’, cantó: ‘‘The St. Louis blues’’ y también cantó: ‘‘God bless America’’, deteniéndose y riéndose varias veces. Luego se sentó al lado de Constanza. Dijo:

- Connie, tú tienes hermosas piernas.

Le pidió otro cigarrillo. Se lo fumó, bebió dos tragos más, luego puso su cabeza sobre sus piernas, contra sus medias, en su regazo, y dijo:

- Connie, creo que no soy bueno, creo que estoy loco. Siento haberte pegado. Siento haberte quemado con el cigarrillo.

Constanza seguía sentada allí. Deslizó sus dedos por el cabello de él, acariciándolo, tranquilizándolo. Él rápidamente se quedó dormido. Ella esperó un largo rato. Entonces le levantó la cabeza y la colocó sobre la almohada. Levantó sus piernas enderezándolas en la cama. De pie, caminó hasta la botella, se sirvió un buen trago de whisky en su vaso, le agregó un poco de agua y lo bebió lentamente. Caminó hasta la puerta del tráiler, la abrió, bajó los escalones y la cerró. Camino a través del patio, abrió la puerta de la cerca, caminó por el callejón bajo la luna de la una de la madrugada. El cielo estaba limpio de nubes. El mismo cielo de nubes seguía allí. Llegó a la avenida, caminó hacia el oriente, alcanzó la entrada del Blue Mirror. Entró, y allí estaba Walter sentado, solo y borracho, al final de la barra. Se acercó y se sentó a su lado.

- ¿Me extrañaste, cariño? –le preguntó ella.

Walter la miró. La reconoció. No le respondió. Miró al bartender y el bartender se acercó a ellos. Todos se conocían entre sí.

By Charles Bukowski
Traducción: J. E. López Rendón
















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